Una vez escuché que si uno despierta pensando en hacer algo y se va a dormir, pensando en lo mismo, es porque uno es aquello en lo que piensa. Un nadador se despierta pensando en nadar y se va a dormir pensando en nadar, un pintor se despierta pensando en pintar y se va a dormir pensando en pintura y un cocinero se va a dormir creando un nuevo plato y se despierta listo para su creación.
Por años no noté esa constancia de querer hacer algo. Un día quería hacer una cosa, luego otra, y más tarde una distinta a la anterior. Me iba a dormir muy conectada con un sentimiento, un miedo, entusiasmo, y a veces, simplemente inventaba. Cerraba los ojos en mi cama y mi cerebro empezaba a crear las más profundas de las historias. Más sufridas que ninguna de los millones de películas que vi, más pasionales, más locas, más extravagantes, más mitológicas. En fin, creo que de alguna manera todo aquello que absorbía repercutía de manera extraña en mi cerebro particular.
Y entonces llegaba el día. Y como una pelota de ping pong en una cancha de squash, una idea rebotaba y rebotaba sin fin. A veces eran horas. A veces días, y otras hasta meses. Y entonces, en algún hoyo 9 dentro de mi cabeza, la pelotita por cuenta propia entraba. Y me agarraba cerca de un teclado o de una birome y yo empezaba. Y cual pianista frente al piano, mis manos se movían sin sentido y sin pausa, ante la necesidad de plasmar aquello que venía de adentro.
A veces, salían sólo reflexiones. Otras, la necesidad de expresarse mediante un formato un tanto musical, hacía que las palabras tomaran forma de poema, con la pasión de Beqer y la humildad del analfabeto. Y otras, sólo rara vez nos encontrábamos con una historia lo suficientemente arrogante y agrandada, como para decidir que una carilla no era suficiente para ella y entonces despegaba un cuento, una historia corta… una novela.
Pero que posición más cruel la mía. Si para un escritor, - un artista de la narración y de la lengua-; el mundo es ingrato y hostil, qué es lo que queda para una pobre analfabeta emocional y psicológicamente inestable, que lidia con una pelotita de ping pong en su cabeza todas las mañanas. Árido, muy árido es el mundo del que se da cuenta un día que necesita escribir para vivir.
Yo puedo escribir desde que me despierto hasta que me quedo dormida. Pero de ahí a que lo que se lea sea potable… hay un abismo. Entonces, ¿sobre qué escribo? Deportes, música, teatro, moda… el cima???!!! A mí no me sale. Necesito escribir historias que lleguen al corazón de las personas, y que digan: ¡Wow! Esto es potable, esto me llega, esto es tan parecido a mi universo heterogéneo que me dan ganas de reír y llorar.
Y entonces viene la pregunta del millón: ¿cuántos autores gozan o gozaron de la dicha de tornar sus palabras en parte de la vida de sus lectores? Pocos, ¿verdad? Y grandes héroes de la literatura por cierto. Pero existen aquellos, a veces llamados mediocres, que pasan su vida buscando un rumbo, sin darse cuenta de que el rumbo no se busca: se toma. Lo que se busca es el destino.
Pero hay mil formas de llegar a ese destino. Y muchas veces no son las que planeamos. A veces la vida nos hace un pito catalán en la cara y nos presenta algo que no es lo que pedimos. Pero quienes somos nosotros, simples mortales bípedos, para decirle a la vida: “Te equivocaste, esto no es lo que pedí, llevátelo”. ¡Ni que fuera una hamburguesa con queso y pedimos una grill! Lo que toca toca, la suerte loca, pibe.
Pero quién te dice que lo que te tocó no es en realidad lo mejor para vos, aunque no coincida con lo que esperabas. Muchas veces la vida te está dando un instructivo rápido de cómo superar algo, porque después se viene mucho peor, y quiere que estés listo. O quizás te quiere dar letra, para que el día de mañana ilumines a otro que necesite saber de aquello mucho más que vos.
Lo importante es entender que la vida no impone destinos porque sí. Todo pasa por algo y queda por algo. Por algo un cigota se vuelve persona y otro no llega a formarse nunca. Por algo estamos donde estamos y hacemos lo que hacemos. Por algo nos levantamos a la mañana queriendo hacer algo. Eso que nos hace lo que somos. Lo que nos da la esencia.
A veces, lo que nos hace Ser, no es 100% identificable. A veces somos councellers en cubierto, como varias personas que conozco; a veces somos líderes a la espera de nuestro trabajo en equipo. A veces somos juglares del siglo XXI, críticos de cine no reconocidos, artesanos urbanos, decoradores de interiores contenidos para no caer pesados o paisajistas de patios del fondo de los amigos con casa en provincia.
La clave está en tomarse el tiempo de escuchar las burbujitas del agua con gas cuando abrimos la botella. Antes de ponernos el perfume a la mañana respirar dos segundos ese olor que estamos eligiendo (porque por algo lo elegimos). Sonreír al hablar, mirar a los ojos, conectarse con el otro. Conectarse con lo que nos rodea, para aprender a escuchar lo que está adentro.
Somos lo que somos, somos lo que hacemos, somos lo que sentimos… ¡y no sabemos quienes somos! Nos cuesta tanto enlazar mente y cuerpo, espíritu y entorno, que vivimos perdidos. Pablo Neruda una vez dijo: “Algún día, en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo. Y esa, sólo esa, puede ser la más feliz o la más triste de tus horas.”
Reencontrémonos con lo que nos da satisfacción, con lo que queremos, con lo que somos. Que la energía no se acumule en las cervicales, que fluya, que aporte, que sume. Démonos chances de encontrarnos a nosotros mismos, de ser felices, de hallar paz.
Por años no noté esa constancia de querer hacer algo. Un día quería hacer una cosa, luego otra, y más tarde una distinta a la anterior. Me iba a dormir muy conectada con un sentimiento, un miedo, entusiasmo, y a veces, simplemente inventaba. Cerraba los ojos en mi cama y mi cerebro empezaba a crear las más profundas de las historias. Más sufridas que ninguna de los millones de películas que vi, más pasionales, más locas, más extravagantes, más mitológicas. En fin, creo que de alguna manera todo aquello que absorbía repercutía de manera extraña en mi cerebro particular.
Y entonces llegaba el día. Y como una pelota de ping pong en una cancha de squash, una idea rebotaba y rebotaba sin fin. A veces eran horas. A veces días, y otras hasta meses. Y entonces, en algún hoyo 9 dentro de mi cabeza, la pelotita por cuenta propia entraba. Y me agarraba cerca de un teclado o de una birome y yo empezaba. Y cual pianista frente al piano, mis manos se movían sin sentido y sin pausa, ante la necesidad de plasmar aquello que venía de adentro.
A veces, salían sólo reflexiones. Otras, la necesidad de expresarse mediante un formato un tanto musical, hacía que las palabras tomaran forma de poema, con la pasión de Beqer y la humildad del analfabeto. Y otras, sólo rara vez nos encontrábamos con una historia lo suficientemente arrogante y agrandada, como para decidir que una carilla no era suficiente para ella y entonces despegaba un cuento, una historia corta… una novela.
Pero que posición más cruel la mía. Si para un escritor, - un artista de la narración y de la lengua-; el mundo es ingrato y hostil, qué es lo que queda para una pobre analfabeta emocional y psicológicamente inestable, que lidia con una pelotita de ping pong en su cabeza todas las mañanas. Árido, muy árido es el mundo del que se da cuenta un día que necesita escribir para vivir.
Yo puedo escribir desde que me despierto hasta que me quedo dormida. Pero de ahí a que lo que se lea sea potable… hay un abismo. Entonces, ¿sobre qué escribo? Deportes, música, teatro, moda… el cima???!!! A mí no me sale. Necesito escribir historias que lleguen al corazón de las personas, y que digan: ¡Wow! Esto es potable, esto me llega, esto es tan parecido a mi universo heterogéneo que me dan ganas de reír y llorar.
Y entonces viene la pregunta del millón: ¿cuántos autores gozan o gozaron de la dicha de tornar sus palabras en parte de la vida de sus lectores? Pocos, ¿verdad? Y grandes héroes de la literatura por cierto. Pero existen aquellos, a veces llamados mediocres, que pasan su vida buscando un rumbo, sin darse cuenta de que el rumbo no se busca: se toma. Lo que se busca es el destino.
Pero hay mil formas de llegar a ese destino. Y muchas veces no son las que planeamos. A veces la vida nos hace un pito catalán en la cara y nos presenta algo que no es lo que pedimos. Pero quienes somos nosotros, simples mortales bípedos, para decirle a la vida: “Te equivocaste, esto no es lo que pedí, llevátelo”. ¡Ni que fuera una hamburguesa con queso y pedimos una grill! Lo que toca toca, la suerte loca, pibe.
Pero quién te dice que lo que te tocó no es en realidad lo mejor para vos, aunque no coincida con lo que esperabas. Muchas veces la vida te está dando un instructivo rápido de cómo superar algo, porque después se viene mucho peor, y quiere que estés listo. O quizás te quiere dar letra, para que el día de mañana ilumines a otro que necesite saber de aquello mucho más que vos.
Lo importante es entender que la vida no impone destinos porque sí. Todo pasa por algo y queda por algo. Por algo un cigota se vuelve persona y otro no llega a formarse nunca. Por algo estamos donde estamos y hacemos lo que hacemos. Por algo nos levantamos a la mañana queriendo hacer algo. Eso que nos hace lo que somos. Lo que nos da la esencia.
A veces, lo que nos hace Ser, no es 100% identificable. A veces somos councellers en cubierto, como varias personas que conozco; a veces somos líderes a la espera de nuestro trabajo en equipo. A veces somos juglares del siglo XXI, críticos de cine no reconocidos, artesanos urbanos, decoradores de interiores contenidos para no caer pesados o paisajistas de patios del fondo de los amigos con casa en provincia.
La clave está en tomarse el tiempo de escuchar las burbujitas del agua con gas cuando abrimos la botella. Antes de ponernos el perfume a la mañana respirar dos segundos ese olor que estamos eligiendo (porque por algo lo elegimos). Sonreír al hablar, mirar a los ojos, conectarse con el otro. Conectarse con lo que nos rodea, para aprender a escuchar lo que está adentro.
Somos lo que somos, somos lo que hacemos, somos lo que sentimos… ¡y no sabemos quienes somos! Nos cuesta tanto enlazar mente y cuerpo, espíritu y entorno, que vivimos perdidos. Pablo Neruda una vez dijo: “Algún día, en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo. Y esa, sólo esa, puede ser la más feliz o la más triste de tus horas.”
Reencontrémonos con lo que nos da satisfacción, con lo que queremos, con lo que somos. Que la energía no se acumule en las cervicales, que fluya, que aporte, que sume. Démonos chances de encontrarnos a nosotros mismos, de ser felices, de hallar paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario