Allá por un pasado incierto, lejos de la globalización, las leyes de igualdad social y derechos humanos, se llamó locura a todo comportamiento que rechazara las normas sociales. Todo aquello que no entrara en la caja social era considerado outsider, enrarecido, desviado… loco.
En la misma bolsa de gatos que albergaba enfermedades terribles, se arrojaba todo aquello que la sociedad no pudiera explicar. Y se coartaron artistas plásticos, músicos, científicos, escritores, excéntricos seres humanos llenos de talento y creatividad.
Risas innecesarias, indumentaria inadecuada, sonidos poco convencionales, avances vanguardistas impensados… fuentes de rechazo de sociedades de mente estrecha e incapacidad de adaptación a las diferencias.
Y entonces se dejo lado una locura sana, gloriosa, llena de dicha. Una locura que responde preguntas que no fueron hechas, que ríe a chistes que no fueron contados, baila a la luz de la luna, corre y grita de forma inapropiada, tiene sueños descabellados.
“El día que los locos seamos mayoría, los locos pasarán a ser el resto”, dice un dicho popular; mientras que en la nueva película de Alicia, se nos devela otra respuesta. Ella le pregunta a su papá si está loca, él le dice con dulzura que sí, pero le cuenta un secreto: los mejores lo estamos.
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