Y donde yo vivía, el vecino te saludaba con una sonrisa. Los
chicles eran muy baratos, y cuando te daban vuelto en caramelos te llevabas un
puñado. La gente tomaba mate en la calle.
Yo vivía en un lugar donde se cedía el asiento del colectivo a cualquier persona mayor. Por respeto y por amor.
Abrir la puerta y pedir permiso era cosa de todos los días. Se usaban mucho las
palabras “gracias” y “por favor”.
Cuando iba al colegio no llevaba celular. Claro, hace diez
años no existían tampoco. Cada vez que no sabía el significado de una palabra
recurría al libro gordo de Petete (más conocido como diccionario). Los profesores, en general, eran bastante respetables y respetados. Las
travesuras mayores eran las bombitas de olor. La tarea se hacía siempre, se premiaba el esfuerzo y se intentaba cumplir
con las exigencias de crecer. Escribir
bien era un mérito y las faltas de ortografía nos daban vergüenza.
Ir al boliche era ir al boliche. En las peleas de copetes había códigos: no valían las piñas por atrás,
no se golpeaba al que llevaba anteojos, ni se atacaba al que caía al piso. Si
tocaban a uno, tocaban a todos.
A los 15 jugábamos a ser grandes, con vestidos sencillos.
Valorando y respetando el esfuerzo y el amor de nuestros padres, haciendo lo
que podían para vernos sonreír. No exigíamos tecnología, podíamos vivir sin internet
porque difícil era que se conecte el cable. La marca de la ropa jamás fue una
preocupación.
Mis padres se casaron unos años antes de los que cumplo yo. Una
mano adelante y la otra atrás. Aprendieron a vivir con lo justo (éramos tan pobres!) pero también
aprendieron a saber que algún día llegaría la recompensa. Por lo pronto, la
vida exigía algunos sacrificios: levantarse de madrugada para llegar a la otra
punta del mundo:(“hija, en ese momento el que tenía trabajo lo valoraba y cuidaba…”)
Volver a casa cansado, pero a estudiar para
poder recibirse. Mientras tanto, acunaba
a su bebé.
A las 22 era horario de protección al menor, porque
comenzaban las novelas con palabras fuertes y besos apasionados. A las 24 ya no
había nada más para ver. Una buena forma
de vender cosas era haciendo reír a la gente. Se apreciaba el humor inteligente
y lo más grosero era Brigada Cola.
Antes de sacar una foto observabas cada detalle. Aprendías a
observar. Las fotos se miraban en papel.
Los domingos se almorzaba en familia. El abuelo tenía razón,
no por abuelo sino por sabio. Sabiduría de haber vivido más. Al abuelo lo amaba
con todo mi corazón.
Yo apagaba las luces cuando no las usaba. Ahora lo sigo
haciendo. Jamás tiraba un papel al suelo, por esa idea de que no hacía en otro
lado lo que no hacía en mi casa. El afuera también es mi casa…Y algunas cosas
me daban vergüenza.
No es que haya vivido mucho tiempo. Apenas tengo 29. Las cosas
han cambiado tanto que sospecho que me
mudé. Me mudé sin darme cuenta.
LaChuni
LaChuni
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