Era un día común y corriente en la comunidad estable que habita el palacio color yema de huevo en algún lugar inhóspito la Capital Federal.
Afuera llovía. Adentro... No. Ya después de muchas visitas poco felices a la guardia del sanatorio, el médico sentenció: fallada vino la nena! A dieta estricta hasta que definamos el porvenir de esa panza.
Pasamos del ayuno total al zapallo los fideos y el arroz. Agua mineral, té y galletitas de agua, citaba el recetario pegado en la heladera.
Entonces el menú seleccionado del día fue sopa de fideos. Municiones para ser exactos. Un lujo como pocos. Ese día, la felicidad tuvo cara de fideo. Progreso total en la alimentación, el futuro se avecinaba más sólido y más completo.
Los fideos habían cambiado mi humor, baqueteado por semanas de pseudo ayuno, gente indeseada y abulia. Estaban en un precioso frasquito de vidrio con flores grabadas.
Una vez preparado el caldo, me incorpore para buscar el frasco. Se me caían las babuchas color azul eléctrico, pero nada parecía importarme.
En eso, abro el frasco de fideos, y bastó ese instante para que se desatara el terremoto. Fue como encender una licuadora sin tapa.
Todos mis sentimientos, los cuales yo creía en orden y organizados en el archivo de mi casa cerebral matriz, afloraron sin escrúpulos de mi más inestable inconsciente.
El detonante: un gusano. Un gusano en mi cocina! En MI cocina. Siempre me he caracterizado por ser desordenada pero muy limpia y pulcra.
Todo se envuelve, todo se desinfecta... Todo esta limpio! Pero ese mediodía apareció un gusano. Y cuando miro en lo profundo del frasco... Habían mas gusanos!
Toda catarsis que no logré con 2 órganos atrofiados, un amor no correspondido, un pésimo día en el trabajo y varios items que no vienen al caso... Todo eso, no fue el causante de la detonación... Pero un gusano lo pudo.
Empecé con un puchero digno de una niñita de 3 años. Seguí con unos gritos interesantes que a más de un vecino deben haber incomodado.
Cuando creí que se me habían acabado las fuerzas, me tire al piso y patéale un poco. Mire a mi roommate reflexionando y le dije: "no se me paso".
Me sugirió que gritara por el balcón. Me gustó la idea. Salí y grite con toda la fuerza de mi esternón: "hay gusanos!!!".
Más o menos 5 veces fueron suficientes para que me bajara el nivel de adrenalina en sangre. Y ahí, cual síntoma perfecto para ser identificado por un BUEN psiquiatra, me empecé a reír.
A carcajadas por cierto. A los gritos, sin pudor, sin miedo, sin respeto. Reía porque caí en la cuenta de que los gusanos fueron la mejor excusa.
Excusa para explotar. Para exteriorizar, para sacar todo aquello que me venía molestando.
Los gusanos, esos parásitos pegajosos uniformes y anillados que han dado lugar a mi mas antiguo sobrenombre, me corrieron de mi eje de un sopetón y me obligaron a blanquear que algo no andaba bien.
Cuantas veces habré necesitado un gusano que me hiciera vomitar emociones innecesariamente acomodadas en el estomago?
Ese día tuve los gusanos que me merecía. Comimos sopa de municiones agusanadas y nos reímos con todos los dientes y las encías.
Ese fue un día feliz... Un día de locos!